El chaleco de periodista no bastó

 

El chaleco de periodista no bastó

El año 2017 acumuló más agresiones que días en su calendario. Con las heridas que le causaron a Carolina González fueron 507 los ataques contra periodistas y medios, contabilizados por IPYS Venezuela. La agresión contra la directora de El Carabobeño ocurrió en medio de una acción de resistencia de este diario, que es uno de los 22 periódicos que tuvieron que reinventarse en las plataformas digitales ante la crisis del papel. Otros 11 medios tuvieron que cerrar sus puertas y liquidar las empresas ante la escasez de insumos para imprimir.

Sin más papel para continuar imprimiendo, y negado a desaparecer tras más de ocho décadas de historia, el diario El Carabobeño se atrincheró en la web. Meses después, Carolina González, su jefa de redacción, quedó atrapada en una protesta y resultó herida. Así el medio se convirtió, otra vez, en la noticia.

Poco tiempo después de entrar a su oficina en El Carabobeño, Carolina González escuchó las primeras detonaciones. No se sobresaltó. A cargo de la jefatura de redacción, allí había tenido que sortear muchos días agitados por las drásticas transformaciones que el diario había tenido que sortear. Pero ese 18 de julio de 2017 sería más que un día agitado: la convulsión le estallaría en la cara.  

Una de las reporteras, Dayrí Blanco, ya le había avisado que la Guardia Nacional Bolivariana iba para la Avenida Universidad de Naguanagua, justo donde está la sede de El Carabobeño. Dayrí se enteró porque desde temprano estaba haciendo recorridos por las calles de Valencia, en la región central de Venezuela, tomando el pulso de los disturbios que se producían simultáneamente en distintos puntos.

–La guardia va para allá, ¿me voy a cubrirlo? –le consultó.

–Sí, sí, claro– respondió ella.

En aquellos días el país estaba sumergido en una vorágine de manifestaciones callejeras. Miles de ciudadanos expresaban su descontento hacia la gestión del gobierno y la Asamblea Nacional Constituyente, convocada por el presidente Nicolás Maduro sin la aprobación del electorado. Las protestas invariablemente eran disueltas a la fuerza por los cuerpos de seguridad, pero algunos opositores se resistían durante horas ante la represión. Incluso se enfrentaban a los funcionarios.  

La de ese día era una riña larga. Todavía a las 2:00 de la tarde, a más de cuatro horas de haber comenzado, se mantenía. Carolina seguía escuchando la trifulca. Aun así, ella decidió hacer una pausa en la oficina e ir a su casa, ubicada en un conjunto residencial a dos cuadras de allí, para almorzar. Pasaría muy cerca de la turba, pero estaría a salvo porque tomaría una calle paralela.

Así lo hizo. En  el trayecto vio el ambiente muy enardecido, quizá más de lo habitual, y sintió que debía rescatar de allí a Dayrí para resguardarla en su casa. Entonces se detuvo, le envió mensajes y la llamó. Pero no se pudo comunicar. Hizo varios intentos infructuosos. Allí comenzó su angustia.

 

Luego de siete años en El Carabobeño como reportera, en noviembre de 2008 Carolina González se convirtió en su jefa de redacción. Ocuparía la vacante que dejaba el legendario periodista Salvador Castillo, quien después de años en el cargo se dedicaría a proyectos personales. Ella pensó que estar a la altura del maestro sería su mayor reto. Pero estaba equivocada; lo más difícil sería resistir los embates de la tempestad que atravesaría esa empresa periodística de 84 años de historia.

En 2014, cuando también hubo protestas antigubernamentales, se encendieron las primeras alarmas: los inventarios de papel para imprimir estaban en rojo, y la empresa no lograba hacerse con más. Ya entonces el Complejo Editorial Alfredo Maneiro, dependiente del gobierno, controlaba con mano pesada la compra y venta de insumos para la prensa. Era el muro que bloqueaba la posibilidad de tener los insumos para mantener las operaciones.

Las medidas inmediatas que se tomaron en El Carabobeño fue la reducción de su paginación (de 48 a 16 páginas) y su tiraje (en un 50 por ciento). Además, el suplemento infantil y el médico, así como la revista dominical, dejaron de circular.

Pero no fue suficiente y tuvieron que ir más allá: en 2015 el periódico cambió su tradicional formato estándar a tabloide, para aprovechar más el papel que aún quedaba. Alegaron que el rediseño no solo era por el problema de abastecimiento de insumos, sino también porque así, más pequeño, resultaba más cómodo para los lectores. Las ventas, de hecho, subieron.

Se mantuvo uno, dos, tres, cuatro… varios meses.

Pero aunque algunos quisieran voltear la mirada para otro lado, el fantasma de la desaparición siempre estuvo rondando. Y atacó el 16 de marzo cuando la rotativa se apagó definitivamente. El título de la edición que se imprimió ese último día era elocuente: “Zarpazo a la libertad… Nos vemos pronto”.

Así fue.  Al día siguiente, el 17 de marzo de 2015, El Carabobeño ya no era un diario impreso sino un sitio web. Porque no se permitía morir. Al menos no del todo. Había que ganarle al fantasma.

En el vértigo de lo digital, Carolina asumió la inmediatez como un valor informativo fundamental. Así que, en medio de los disturbios de 2017, mientras intentaba inútilmente comunicarse con Dayrí, brotó su instinto de reportera. Comenzó a hacer videos y fotografías y enviaba el material a la redacción. En eso estaba cuando de pronto vio a la multitud, perseguida por guardias nacionales, corriendo hacia donde ella se encontraba.  

Entonces también corrió. Se apresuró para terminar de llegar a su edificio. Algunos se habían adelantado y se resguardaban en el inmueble. Los guardias lo sabían y por eso era la persecución. En el ajetreo la cámara que tenía Carolina dejó de grabar. Llevaba puesto el chaleco que la identificaba como periodista, pero sentía que eso no bastaba para estar a salvo. Tenía miedo.

Corrió más fuerte y logró atravesar la puerta principal del conjunto residencial. La cerró. Pero apenas un segundo después, uno de los militares disparó una bomba lacrimógena. Por el impacto, los vidrios de la puerta explotaron y le cayeron como una lluvia filosa sobre el rostro.  

Los vecinos observaron la escena desde las ventanas de sus apartamentos. En medio de la humarada de gas lacrimógeno que se evaporaba desde la planta baja, vieron a la periodista ensangrentada dando tumbos.

–¡Malditos, malditos! –gritaron con indignación.

El golpe de la bomba logró abrir la puerta de nuevo, y los guardias ingresaron al conjunto residencial, persiguiendo a los manifestantes.

Una de sus vecinas tomó a Carolina y la llevó a su apartamento. Llamó a un médico, también vecino, para que la ayudara. Como no tenía insumos para atenderla, él recomendó que lo más sensato era que la llevaran a una emergencia. Pero los militares lo impedían. Mientras efectuaban allanamientos en los apartamentos, decían que allí se escondía alguien que había herido a uno de ellos en la mano con un cohete.

Voluntarios de la Cruz Verde, que solían socorrer a las personas heridas, también intentaron auxiliar a Carolina, pero los funcionarios los amenazaron con dispararles. Mientras eso sucedía, la periodista, aun un poco nublada, volvió a llamar a su reportera para saber cómo estaba.

–Yo estoy bien, pero hay una mujer herida– le dijo Dayrí apenas respondió la llamada.

–Esa mujer herida soy yo.

Dayrí comenzó a difundir la información. Poco tiempo después, el nombre de la jefa de redacción se había posicionado en los primeros lugares de tendencia en Twitter. Desde luego que la información estaba en la web El Carabobeño.  

La web era una trinchera, la única vía que ofrecía una posibilidad de continuar el camino, que había comenzado en 1933 como un diario combativo en medio de la dictadura de Juan Vicente Gómez.

Para los reporteros fue difícil asumir el cambio. Antes solo importaba la noticia del día siguiente. Ahora el ritmo era presuroso. Muchas veces tenían que redactar los textos desde teléfonos inteligentes, antes de llegar a la redacción. Era necesario que enviaran información para las redes sociales desde el lugar de los hechos, una carrera contra el tiempo a la que nunca se habían enfrentado. Era complicado, sobre todo, porque el personal se había reducido. Eran pocos los reporteros: apenas cuatro que salían a la calle a cubrir información general y sucesos.  El edificio con tres pisos llenos de empleados se había reducido a uno.

Pero el 18 de julio, mientras Carolina estaba herida, la redacción continuó en pie. Fue a las 6:00 de la tarde, cuatro horas después de lo sucedido, cuando socorristas pudieron entrar al edificio para sacar a la periodista, como si estuvieran en una guerra, y llevarla a un centro asistencial. Allí le tomaron ocho puntos de sutura en la mejilla y nueve en el cuello. Y le sacaron dos vidrios de un ojo.

Testimonio de Carolina Gonzales, directora de el Carabobeño

Al día siguiente todavía sentía molestias en ese ojo. No veía bien. En lugar de ir a la redacción, fue a una consulta oftalmológica. El especialista localizó otro vidrio en el ojo y para extraerlo tuvieron que someterla a una cirugía.

Apenas se recuperó, Carolina denunció la agresión ante el Ministerio Público, pero hasta la fecha nada ha ocurrido: se mantiene impune. Una de las evidencias que consignó fueron videos registrados por las cámaras de seguridad del edificio. La grabación sirvió para que Carolina desmintiera públicamente al comando de la Zona Operacional de Defensa Integral Carabobo, que a través de su cuenta en Twitter sostuvo que los hechos habían sido distintos: que la periodista se había golpeado al chocar accidentalmente con la puerta del edificio.

Luego de unos días de reposo, ella volvió a dirigir la redacción de El Carabobeño. Tiene una cicatriz en la cara que no se le termina de borrar.

Historia
Heberlizeth González
Desde 2012 me convertí en la ventana de quienes no son escuchados. Mi lema: fiel amante del periodismo.

 

 

Fotos
Leo Álvarez
Leo Álvarez, Fotografo documental, 1963, Venezolano, padre de dos hijos, graduado de Leyes en 1985, en la Universidad Católica Andres Bello de Caracas y dedicado por completo a la fotografía desde el año 2002. Profesor de la catedra de documentalismo en RMTF desde el 2003, stringer para la Ap del 2002 al 2007, y en la actualidad colaborador en el portal Prodavinci.com y director de AlvarezGroup Fotografia. Ig @oelzer