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Constructoras de paz en Venezuela

Menstruación, Migración y Educación: los obstáculos de niñas y adolescentes venezolanas

Mil 800 millones de personas en el planeta menstrúan, pero el 25 % sufre pobreza menstrual, es decir, un poco más de 500 millones son objeto del dilema. En Venezuela, las niñas y adolescentes se ven obligadas a ausentarse de las clases y, cuando migran, la situación sigue siendo problemática

 Génesis Daniela Prada – 04/08/22

Foto: Ante la pobreza menstrual, en Venezuela algunas mujeres hacen sus propias compresas. Créditos: “Cómo menstruar con dignidad: experiencias de pobreza menstrual en Venezuela”, Historias que Laten, por Cipriano Acevedo

Las medias viejas, el papel higiénico o los cartones se convierten en compresas temporales para gestionar los días de sangrado de las venezolanas, quienes deben sobrevivir la regla en medio de un país atascado en la hiperinflación y otras crisis.

Ser mujer y menstruar en Venezuela es un reto, cuando no un problema: adquirir un paquete de toallas sanitarias, el cual compromete hasta la mitad del salario mínimo, puede atentar contra la posibilidad de comprar un producto de la canasta básica.

Para las niñas y adolescentes, las dificultades en el acceso a toallas, tampones o copas menstruales les impiden salir de sus casas, pues el riesgo de mancharse aumenta y en las instituciones educativas muchas veces no está garantizada el agua potable, el papel higiénico, ni el funcionamiento de los baños.

La organización Human Rights Watch advierte que la complejidad del contexto “afecta el ejercicio del derecho a la educación, al trabajo y la salud”, así la menstruación se transforma en un factor capaz de condenar a las niñas y  mujeres a la pobreza.

Entre los motivos, directamente relacionados con la Emergencia Humanitaria Compleja, la imposibilidad de tener una menstruación digna, segura y plena es una de las razones que las obligan a escapar del territorio, expone este reportaje de Chicas Poderosas.

El estigma persiste en la distancia

Durante siete años de migración forzada, millones de venezolanos han huido en dirección a Colombia, resultando la región Norte de Santander en la entrada principal a suelo neogranadino debido a la frontera común con Venezuela a través del estado Táchira.

Según datos de Migración Colombia, en el departamento confluyen en estatus de vulnerabilidad 850.000 migrantes y retornados, de los cuales el 52,4 % son niñas y mujeres.

El 41 % de las niñas migrantes en Norte de Santander no cuentan con productos durante su regla y la mayoría usa pedazos de tela o papel higiénico, aunque, si la precariedad aumenta emplean papel periódico o plumas de pollo, refiere el informe “De la menstruación no se habla”, elaborado por la fundación Comparte Por Una Vida Colombia.

Frente a la inexistencia de recursos, “las niñas y mujeres migrantes no se sienten seguras fuera de sus hogares”, dice  Lala Lovera, directora de la organización. “Mancharse o sufrir dolores severos en público se vuelve una situación repetitiva y temen las burlas, el rechazo, el asco y la vergüenza”, agrega.

Foto: Comparte Por Una Vida Colombia brinda taller de educación sexual a niñas y adolescentes migrantes

El miedo es una las principales causas por las cuales una niña o adolescente renuncia a ir a la escuela o deja de practicar algún deporte. Las estudiantes no asisten a los espacios educativos varios días al mes y a partir de la acumulación de las faltas surgen los problemas: pueden no acudir por 45 días en un año.

Las inasistencias constantes por la llegada de la menstruación evidencian cuán profunda es la desigualdad de género en el mundo, aseguran desde la Fundación Huésped, organización argentina cuyo trabajo se enfoca en la salud pública a la luz de los derechos humanos.

Datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) apuntan que “la menstruación es una de las causantes del ausentismo escolar en América Latina”, pues, debido a la falta de insumos para gestionar su regla, el 43 % de las alumnas en la región prefieren ausentarse de las aulas de clase.

Las barreras en la formación académica de las mujeres, niñas y jóvenes disminuyen sus oportunidades de participación plena en la sociedad e incrementan su incapacidad de superar el ciclo de la pobreza recrudecido por la migración.

Asentarse en una nueva geografía no siempre es sinónimo de una vida más saludable y autónoma porque, en el caso de las mujeres, su género se encuentra permeado por la realidad predominante: ser migrante.

Más de dos millones de venezolanos residen en Colombia, de estos, 1.248.269 personas son mujeres y niñas; el 96 % de ellas se halla en edad de menstruar, pero el 75 % no dispone de recursos para atender su salud menstrual, sexual y reproductiva, evidencian datos recabados por la fundación.

La capacidad económica de un migrante mengua –o desaparece – frente a la dureza del proceso, por ello obtener un paquete de toallas sanitarias podría ser una opción remota.

Lovera expone que “una mujer al otro lado de la frontera gasta 15.000 pesos (cuatro dólares) al mes en tampones. ¿Cómo viven entonces la menstruación las migrantes? Sin dignidad”.

Tan natural como respirar

Comparte Por Una Vida Colombia comprende que las mujeres, niñas y adolescentes migrantes son agentes de su propio cambio, por tal razón, emprendió un programa que imparte el entendimiento integral del ciclo menstrual y los derechos sexuales y reproductivos.

“Por medio de ‘Me Cuido, Me Protejo’ promovemos el fortalecimiento de la autoestima de las participantes y fomentamos la autonomía respecto a su gestión menstrual”, comenta Lovera.

Desde 2020, la fundación genera espacios seguros donde son impulsadas cuatro capacidades: la palabra libre, el cuestionamiento crítico, el conocimiento apoderado y la elección consciente.

Disponer de información y productos de higiene menstrual permite observar la regla como un signo de salud capaz de potenciar la identidad de una mujer y su poder de decisión.

Lucía*, una joven migrante de 17 años, cuenta que la propuesta de la organización le llevó a conocer su cuerpo y encontrar todas las respuestas sobre su funcionamiento biológico, apropiándose del manejo de su menstruación.  

Foto:Niñas del programa “me cuido, me protejo” en jornada de aprendizaje sobre el amor propio con la técnica de tie dye.

Manchar sin padecer

La movilidad humana incluye cambios hostiles para quienes la experimentan. La vulneración de los derechos de los migrantes, en particular de las mujeres, niños, niñas y jóvenes, es un riesgo latente.

El peligro aumenta si las carencias en la gestión de la menstruación, la migración y la educación resultan en un cóctel letal que amenaza la oportunidad de las mujeres a una vida libre de violencia.

La pobreza menstrual es una manifestación de la violencia basada en género y un problema de salud pública: el 25 % de las mujeres que menstrúan en el mundo la sufren, es decir, más de 500 millones son objeto del dilema, resalta el estudio realizado por BMC Woman’s Health en 2021.

Experimentar la menarquía (primera regla) desinformadas respecto al funcionamiento de sus cuerpos y los recursos disponibles para manejar el sangrado, sentencia a las niñas a un porvenir sesgado por los estereotipos socialmente impuestos y las visiones arcaicas sobre la salud femenina.

Entre los Objetivos de Desarrollo Sostenibles, el empoderamiento de todas las mujeres, niñas y adolescentes ocupa el quinto lugar, pero lograrlo implica acabar con las brechas de género existentes; un problema si para ellas el desarrollo de su potencial permanece obstaculizado.

El diseño e implementación de normas, políticas públicas y acciones con enfoque de género, fundamentadas en la equidad y complementariedad es tarea primordial de los Estados a fin de eliminar todas las expresiones de discriminación contra las mujeres, niñas y adolescentes.

El bienestar, la protección y dignidad de las migrantes deben estar contempladas en las agendas gubernamentales con el propósito de diezmar las barreras que les impiden ingresar a trabajos formales, asistir a las aulas de clase y acceder a productos y servicios de salud.