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Constructoras de paz en Venezuela

Ostreras de La Restinga reflejan el carácter aguerrido de las margariteñas

Deysi Ramos – 25/08/23

Como en cualquier isla, en Margarita la vida gira alrededor del mar y las mujeres desempeñan labores invisibilizadas. A través de esta historia se explica cómo las ostreras de La Restinga simbolizan la fuerza de las mujeres de su región

Cuando los primeros rayos del sol comienzan a asomarse tras el horizonte de esa enormidad majestuosa que es playa La Restinga, en el municipio Tubores, isla de Margarita, ya Manuela y Cruz han abandonado sus sábanas y se disponen a preparar café y algo de desayuno para llevar al trabajo. Rato más tarde parten juntas a hacer una labor que ha mantenido unidas a estas hermanas desde hace más de 30 años: la extracción de ostras en los manglares del Parque Nacional Laguna de La Restinga.

De acuerdo al cronograma establecido entre las 29 mujeres pertenecientes a la Asociación de Ostreras de La Restinga, a las hermanas Vásquez les corresponde sacar la ostra de mangle (conocida científicamente como Crassostrea rhizophorae) dos veces a la semana. En esos días, salen de su casa ubicada en el pueblo de La Restinga, a orilla de la playa, rumbo laguna adentro, para comenzar la faena.

Con la fuerza de sus brazos, cada una va remando en su pequeño bote bajo el sol que desde ya comienza a abrasar sus cuerpos. De esa forma, van abriéndose camino en ese humedal costero de unas 18.700 hectáreas de extensión. Esa travesía les puede llevar una hora hasta llegar al embarcadero llamado “El Indio” en el Parque Nacional. De allí parten a buscar las raíces de mangle idóneas para iniciar la extracción de este molusco bivalvo, cuya comercialización les ha permitido levantar a sus familias integradas por 6 hijos en el caso de Manuela y 5 en el caso de Cruz.

“A veces una llega, consigue una raicita, la vio, la levantó, sacó y listo, ya me voy. Pero hay veces que a una le dan hasta ganas de llorar. Uno recorre esos caños y nada, no consigue nada. O encuentra y luego del trabajo de limpiarlas no consigue venderlas. Yo peleo, yo sola. Cualquier día de estos me van a contestar dentro del manglar, la ostra me va a hablar”, comenta Manuela entre tono jocoso y de lamento.

“De toda la vida, siempre las mujeres son las que han sacado las ostras”, dice la trabajadora más tarde. Los hombres pueden participar en la actividad, pero son en su mayoría mujeres quienes se dedican a hacerlo en La Restinga. La razón no es necesariamente porque sea considerada una actividad sencilla. Más bien, esta dinámica responde a que ha sido la forma en la que los lugareños han dividido las labores del mar: “Nosotras como somos de playa, somos de pesca, somos de aquí, de la playa, nos dedicamos a esto. Los hombres se dedican a la pesca y una a sacar las ostras”, dice.

 

En referencia a la participación femenina dentro de la actividad pesquera insular, y específicamente considerando la extracción de ostras como una actividad tradicionalmente hecha por mujeres en la isla, explica Petrica Aguilera, antropóloga, doctora en Patrimonio Cultural egresada de la Universidad Latinoamericana y del Caribe y estudiante del Diplomado sobre Antroposabores de la Universidad Central de Venezuela (UCV), que se ha establecido como forma de distribución de tareas en la alimentación. “En los distintos procesos de la historia de la humanidad, la mujer ha jugado también un papel dentro de estos procesos”, añade. Y en Nueva Esparta, la situación tiene sus características diferenciales.

“La isla de Margarita tiene la peculiaridad que las mujeres juegan un papel significativo en las familias y en las faenas laborales”, asegura la experta Aguilera. En esa sociedad, dice, existe una aceptación al rol fundamental de la mujer como parte activa dentro del núcleo social. “Hay una discusión entre, si es una matricentralidad que no llega a ser un matriarcado, porque siempre asociamos que el matriarcado tiene que ver con el ejercicio del poder político (…)  Ahora, en el caso de Margarita, me atrevo a decir -sin todavía haber hecho una investigación- que sí hay un matriarcado. Hay un papel de poder de la mujer neoespartana”, considera la antropóloga y hace énfasis en que no es una categoría moderna, sino que se remonta a la comunidad ancestral guaiquerí.

En este sentido, el también antropólogo y miembro de la Academia de la Historia de Nueva Esparta, Francisco Castañeda, utiliza otra categoría que nos habla de una sociedad matrilineal. “Esto significa que la descendencia de un grupo social se reconoce por la línea materna”, explica. La herencia matrilineal guaiquerí se evidencia en el importante papel que históricamente ha desempeñado la mujer margariteña como responsable, conductora de su hogar, indica Castañeda. 

“Toda la vida se ha dicho que la mujer margariteña es la que siempre ha llevado el proceso de formación, de educación, de crianza de los hijos, en término general, y todo eso, que es así, que ha sido así históricamente, es producto de ese reconocimiento de la vida matrilineal”, refiere el historiador. Esto quiere decir que las mujeres margariteñas vienen con una fuerza ancestral.

Margarita con una fuerza femenina ancestral

Estos elementos característicos de las mujeres de la isla se ven reflejados en la fuerza necesaria para cumplir sus labores. Aunque a esta altura de sus vidas, Manuela y Cruz aseguren que  extraer ostras “no tiene ciencia”; a simple vista se ve que es un trabajo arduo que requiere destreza. Es fácil lastimarse las manos al introducirlas entre las raíces y rozar las filosas conchas marinas.  

“Cuando empecé a sacar ostras, todas las manos me las cortaba y me parecía una gata ladrona toita rasjuñá, porque pasaba por las raíces y me rajaba todo, todo”, rememora Cruz, quien comenzó con esta labor a los 9 años de edad. “Le quitaba la canoa a Manuela y me iba a sacar ostra para yo tener mi plata”, comenta.

Dicen que aprendieron la labor de su mamá, quien fue una de las primeras ostreras en recibir el permiso de extracción de parte de Inparques, por allá en los años 70. Fue en esa época que el lugar fue declarado Parque Nacional con el fin de proteger el humedal debido a su alta diversidad biológica.

Al hacerse mayor, Cruz se vio en la necesidad de hacer de la extracción de ostras su oficio de vida. “Por acá no hay mucho trabajo que una pueda hacer. Yo trabajaba en casas de familia, pero me llené de muchachos. Después que me salió la luna, que tuve los muchachos, me quedé con las ostras”, dice ella.

Mientras, Manuela recuerda los “buenos tiempos” cuando la actividad turística en la isla de Margarita hacía que ellas, al igual que las demás ostreras, contaran de a “millones”. “Uno decía cuántos millones hiciste tú, cuántos hiciste tú… alcanzaba para todo, pa´ la comía y para comprar lo que necesitáramos. Que si se dañó un ventilador, se mandaba a reparar; igual con algo de la casa. Ahora, qué va”, habla con la mirada fija en las ostras que está limpiando.

Manuela retira con paciencia el molusco de su concha y lo coloca dentro de un frasco mediano que luego venderá o intercambiará por algún alimento. El procedimiento es así: “Tú tienes que levantar la raíz y extraer la ostra grande. Cuidando su raíz y las ostras pequeñas. También uno agarra la raíz y la limpia, le quita todas las ostras muertas y sueltas esa raíz para que vuelva a tener sus ostras”. 

La ostra no solo se consume como tradicionalmente se hace en la orilla de la playa, es decir, directo de su concha bañada en limón. También se preparan rebosadas, en crema y hasta en salsa para pasta.

Por su parte, Cruz, que extrae las ostras de las raíces del mangle, comenta que luego viene el trabajo de retirarles los excesos de concha marina, para dejarlas lista para los comensales o para venderlas en frasco, como la gente prefiera. Eso lo hacen con paciencia, sentadas en sus botes. Limpiando una a una con un filoso cuchillo.

“Ahorita es poco lo que uno gana. No era como antes cuando había bastantes turistas. Una iba y sacaba las ostras y estaba segura de que las iba a vender. Ahorita no, una viene ahorita para acá, las limpias… Primero, hace el trabajo de venir para acá, remando, las saca, las limpias, nos pasamos todo el día aquí, llevando sol y si es posible nos las volvemos a llevar porque no viene quien las compre”, cuentan ambas reforzando una lo que la otra comenta.

Según estadísticas del Instituto Nacional de Turismo (Inatur), el Parque Nacional Laguna de La Restinga, es el segundo lugar más visitado en Nueva Esparta, tanto por turistas nacionales e internacionales. Entre sus encantos destacan los paseos por los canales de la laguna y la observación de flora y fauna endémica. También se extraen ostras en otros lugares de la isla como Punta de Piedras, Punta de Mangle, El Manglillo del Yaque y la laguna de Las Marites.

En los tiempos de la bonanza, las ostreras también caminaban por la playa de La Restinga con sus baldes de ostras, ofreciéndole a los turistas, además, guacucos y chipichipis.

Asimismo, corrían buenos vientos cuando llegaban a La Restinga los vendedores de ostras de playas más lejanas, los llamados “toberos”, venidos de El Agua, Parguito, Pampatar o El Yaque, quienes se acercaban a comprarles la materia prima, lo cual garantizaba la venta del día para ellas. “Vinieran o no vinieran turistas al Parque, ya nosotras habíamos hecho el día vendiéndole a los compradores de otras playas”, dicen.

En el muelle de La Restinga, ellas venden la docena de ostras a 2 dólares a los turistas; mientras que a orilla de playa, los “toberos” la comercializan entre 4 y 6 dólares.

“Después de la pandemia vendíamos a un dolita la docena, pero cuando ya después un dolita no era nada, como quien dice, no comprabas nada con eso. Además, Inparques comenzó a cobrarnos una comisión, tuvimos que poner la docena a dos dolita para que nos quedara a nosotras algo del trabajo. No íbamos a trabajar nada más para pagar a Inparques”, señala Cruz. 

En la actualidad, un balde de ostras, comprado en el muelle de La Restinga, tiene un precio de 15 dólares, de los cuales las ostreras tienen que entregar 3 dólares en comisión a Inparques más 2 dólares que van a la Asociación de Ostreras. 

Sobre esta comisión el presidente del Instituto Neoespartano de Pesca (Inepesca), Julio González ha expresado su disconformidad: “Son cuestiones que no deberían ser y me comprometo a coordinar una visita hasta la Laguna de La Restinga para tratar de reunirme con ellas y solicitar a las autoridades de Turismo, por lo menos, bajar las tarifas de cobro o exonerar este tipo de actividad, puesto que va en detrimento del sector este acuicultor de Margarita”. 

Sin embargo, ese no es el único problema que ellas enfrentan. Los altos costos han hecho que hombres empiecen a hacer la labor de forma irregular y sin vigilancia. Es decir, estos “toberos” en lugar de comprarles las ostras a ellas, prefieren ir y buscarlas ellos mismos en los manglares, sin importar el daño que le hacen al ecosistema. 

Ellos sacan ostras y no cuidan el manglar

“Vienen y las sacan a escondidas”, denuncian las ostreras. “Ellos son los que están acabando con las raíces. Quiebran las raíces y las dejan sueltas o las tiran. No cuidan nada. Vienen a robarse las ostras”, advierten. Para ellas la laguna es se debe respetar y cuidar: “Nosotras somos ostreras de toda la vida. Nosotras sabemos dónde sacar una ostra. Cómo cuidar una raíz. No vamos a ir a un mangle porque sí. Si cada vez que vamos a sacar una ostra vamos a agarrar una raíz y quebrarla. Entonces, ya no tuviéramos mangle”, explican.

Otro punto que las tiene en ascuas es el tema de la veda. El presidente de Inepesca explicó que de acuerdo a normativa vigente desde el año 1995, la ostra mangle tiene una veda que va de agosto a febrero. Es decir, que está prohibida su extracción en ese periodo en todo el territorio nacional.

“Eso nos afectó mucho, nos quedamos sin trabajo”, indican. Para palear la falta de ingresos, las mujeres decidieron vender guacucos o chipichipis, otros frutos de mar, “pero no es lo mismo, porque somos es ostreras”. 


Estas mujeres, que por generaciones han aprovechado los frutos del mangle, ya hacían una veda sin necesidad de una ley. “Nosotras sabíamos cómo estaba cada caño, dónde está creciendo, dónde está más pequeña. Ya hemos sacado de esta parte, vamos a sacar de esta otra. Estábamos pendiente. Teníamos ese control”, acota Manuela.

En este sentido, la oceanógrafa Ketty Delgado, directora de Asoplaya Margarita, explicó que “para que una especie del mar tenga una veda, es para que su desarrollo, ciclo de vida, se haga en condiciones normales y la explotación racional de ese recurso sea factible”. De lo contrario, si no se deja este tiempo, se van acabando las poblaciones. 

Es así como a pesar de tener los conocimientos para autorregularse, desde el poder se les han impuesto más contratiempos. En una economía tan compleja, esas regulaciones duelen. 

“Las mujeres de La Restinga somos vergatarias”

Estas hermanas recuerdan los tiempos de la pandemia como una de las peores épocas. En vista de que todo estaba cerrado, al no haber actividad turística, su fuente de ingreso mermó al punto de que “sobrevivimos con los bonos”, cuenta Cruz. Mientras añade: “Y con el pescaito. Si uno se come hoy una arepa un poco más grande, en ese tiempo, era pequeña y compartida. Los hombres iban a calar y nosotras íbamos a ayudarlos a jalar las redes, la mayoría éramos mujeres. Nosotras, las mujeres de La Restinga, trabajamos en todo. Somos vergatarias de más. No nos detenemos por nada”.

 

Actualmente, la situación para los habitantes del pueblo de La Restinga, conformado por unas 300 personas, sigue siendo precaria. Si en el resto del país el funcionamiento de los servicios públicos está en condición “deplorable”, según el más reciente estudio del Observatorio de Gasto Público, de la organización civil Cedice Libertad. Para esta población, tan apartada de la geografía insular y cuyo acceso es principalmente vía acuática, dichos servicios son casi inexistentes.

“Tiene tiempo que no llega el Clap, la luz se va a cada ratico, el aseo brilla por su ausencia. El agua es la mayor calamidad, a veces nos mandan una cisterna que nos echa un poquito de agua a cada uno, pero eso no alcanza pa´na. Ni siquiera una semana.  Para bañarse hay que echarse un poquito de agua salá y un poquito de esta agua para rendirla”, cuenta Cruz como una retahíla de sinsabores.

Aunado a esto, desde la pandemia están cerrados el ambulatorio y la escuela. Los niños ven clases en una ranchería improvisada como salón de clases, gracias a que unas maestras buscan continuar con su labor educadora.

“Si usted tiene una emergencia médica. La única manera que haiga una lanchita familiar o de alguien allá que nos traslade para acá o nos lleven directo a Boca de Río. Hay veces que las mujeres embarazadas paren por la Laguna o paren llegando al embarcadero”, indican.

Como también escasea el gas doméstico, para estas mujeres ya es una constante tener que agarrar el bote, salir a remar en busca de raíces secas que serán empleadas como leña para cocinar.

Comentan al unísono que las autoridades deben trabajar para que regrese el turismo “en abundancia” a la isla de Margarita. “Nosotras no queremos que nos den, solo pedimos trabajar, que vengan bastantes turistas. Así podemos vivir nosotras mejor, porque al tener a quien venderle las ostras, tenemos para comer y vivir mejor, nosotras y nuestras familias”, concluyen.  

 

 Llegado el ocaso

Al finalizar la jornada, pasada las 4 de la tarde, Cruz y Manuela toman sus remos y comienzan a andar rumbo a su hogar, con la esperanza de que pase un lanchero y las “remolque”. Cuando ya los brazos no dan para más, hasta sueñan con terminar la travesía arrastradas por una ballena. O que el viento sople a favor y les haga el viaje más rápido y placentero. De lo contrario, comentan, cuando el viento está en contra y se le mete el agua al bote, “hay que achicarlo (sacar el agua) y eso cansa más a una. Ya uno llega con todos los huesos adoloridos”.

En esta oportunidad, la jornada estuvo buena, varios turistas rusos que estaban de visita en el Parque Nacional se pararon a comer ostras y otros compraron los caracoles que lleva Manuela para vender, y que muchas veces salvan el día, cuando nadie quiere degustar el preciado molusco.  

Finalmente, piden a las autoridades que les ayude con un crédito para adquirir un motor para sus botes. “Una lo paga con su trabajo, lo mucho o lo poco uno lo va pagando. Eso nos facilita mucho el trabajo, uno va más descansadita, los brazos, las piernas”, comentan. Mientras concluyen diciendo que “hasta el final de sus días se ven sacando ostras de los mangles de la laguna de La Restinga”.