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Constructoras de paz en Venezuela

Parir en situación de vulnerabilidad: mujeres indígenas de Delta Amacuro no tienen acceso a la salud sexual y reproductiva

Se ven obligadas a movilizarse de sus comunidades e improvisar ranchos en Tucupita, para acercarse más los servicios. El sistema de salud las ignora, no les garantiza acceso a anticonceptivos y además las obligada a parir en las peores circunstancias

Dailys Estrada – 27/02/24

Foto: Rosenda está embarazada tiene afecciones en su piel,  vive a orillas del Caño Manamo junto a su familia sin acceso a atención médica

Dicen que la maternidad es el momento más sublime que pueden experimentar aquellas mujeres que desean con toda sus fuerzas cuidar desde el amor y establecer vínculos afectivos y emocionales con su bebé. A pesar de los altibajos que comprende esta etapa, y aunque historias que se cuentan muestran que el amor que nace junto a una nueva vida se interpone ante cualquier dura circunstancia; mujeres indígenas, que ya de por si están en condiciones de vulnerabilidad, se ven mucho más afectadas por las fallas del sistema de salud y no gozan de la maternidad: la sufren.

Durante en el año 2022, según el informe realizado por la Red de Mujeres Constructoras de Paz, más del 30% de las mujeres encuestadas no recibieron atención médica de calidad al asistir a centros de salud, lo que representa una violación a sus derechos según la Declaración Universal de los Derechos Humanos. 

El estado Delta Amacuro alberga la mayor concentración de indígenas de la etnia warao en su extensa selva. Esta particularidad conlleva a que los servicios de salud en estas comunidades recónditas estén inactivos o sea un servicio ineficaz. Las excusas de los gobernantes para las falencias del sistema son los altos costos que representa llevar insumos médicos y profesionales calificados para atender emergencias o asuntos relacionados con la salud sexual y reproductiva de esta población. 

“Me vine con mi familia desde Capure. En el municipio Pedernales son varios días echando canalete y durmiendo en el monte para llegar a Tucupita porque mi niño tenía diarrea y en el módulo de allá no había nada para darle”, relata Maricelys Ramos, una joven que está acampando a las orillas del caño Manamo en la ciudad de Tucupita, desde hace tres meses.

La joven recuerda que cuando llevó a su pequeño al hospital materno le pidieron hasta una hoja blanca para escribir los remedios que debía darle. Las familias warao que llegan a Tucupita desde los municipios Antonio Díaz y Pedernales en busca de atención médica y oportunidades laborales se asientan en el malecón Manamo a orillas del río Orinoco. Allí alrededor de 20 familias, sin embargo hay épocas del año donde esta cantidad de familias aumenta. En este lugar suelen preparar sus alimentos en fogones improvisados. Allí pescan, beben agua del río, hacen sus necesidades y duermen bajo ranchitos hechos con varas. Como techo usan sábanas, sacos, bolsas e incluso bajo los árboles que están en la orilla donde aprovechan para colgar sus chinchorros. Cuando llueve, se refugian en las afueras de algunas entidades bancarias o locales comerciales durmiendo sobre cartones y se cubren con algunas sábanas, telas o sacos.

Foto: Carmen amamanta a su bebé de un año mientras conversa con otras familias con quienes convive a orillas del Orinoco en Tucupita

La falta de servicios de salud hace más vulnerables a las comunidades indígenas y especialmente a jóvenes mujeres que inician a temprana edad su actividad sexual. Para la cultura warao actualmente se mantiene la costumbre de que las niñas y adolescentes una vez tengan su primera menstruación sus familias las preparan para que ellas tengan sus hijos y formen su propia familia, incluso algunas son intercambiadas por “bendiciones” que se traducen en la entrega de bienes e incluso dinero para los jefes de hogar que generalmente suelen ser hombres. 

La cosmovisión de los hombres de la comunidad warao guarda el esquema que las mujeres están hechas para parir y ser cuidadoras del hogar, además las mujeres son las responsables de buscar y preparar la comida. “Mientras más hijos tenga una familia gana respeto y aprobación por el resto de la comunidad, para ellos mientras más hijos tengan mejor para ellos”, afirmó Alexis Valenzuela autoridad única en materia de atención indígena en el estado Delta Amacuro y defensor de los derechos indígenas.

Esta creencia junto a la falta de acceso a la educación y atención médica en materia sexual y reproductiva componen la fórmula ideal para que existan familias muy numerosas, embarazos no deseados, especialmente en mujeres desde temprana edad además de infecciones de transmisión sexual.

“El warao en sus comunidades trabaja, siembra y pesca para mantener a su familia pero también consumen mucho alcohol y les gusta la fiesta. Casi siempre estas fiestas terminan en alguna pelea, confrontación y también buscan tener relaciones con sus parejas ejerciendo violencia… y no solo con su pareja sino con cualquier mujer que le provoque. Son muy promiscuos”, comentó Valenzuela. 

Yuleimi Torres, una joven de la etnia warao de 30 años que nació y pasó gran parte de su vida en Araguaimujo, municipio Antonio Díaz, contó que tiene seis hijos y vive con cuatro de ellos junto a otras familias en el Malecón Manamo. Yuleimi y sus hijos se sustentan gracias a la pesca diaria y el pago que recibe a través de los trabajos que ella y sus hijas más grandes realizan en pequeñas empresas de la zona, donde se ofrecen para limpiar o hacer alguna labor del hogar.

“Estoy pensando en ponerme un chip o ligarme para no salir preñada otra vez”, dice antes de recordar cómo fue el nacimiento de sus hijos. Enumera cada experiencia y las califica como traumáticas, al no contar con el apoyo de sus familiares o su pareja al momento de dar a luz. Esos fueron los elementos que más le afectaron. Según dice: “Nadie te ayuda”.

 “Yo me acuesto en el piso y pujo, saco al carajito, corto el ombligo, lo pongo en el chinchorro y después me jalo todo lo que me queda adentro para no pudrirme. Después quedo botando sangre por unos días hasta que se me quita…”, relata.

Todos sus partos han sido así sin importar la ubicación.  A sus dos últimos hijos los tuvo en Tucupita, donde por ser la capital del estado se encuentran centros asistenciales y de salud donde pudo recibir atención médica. Yuleimi contó que prefiere no asistir porque a través de algunas conocidas ha podido conocer historias de maltrato e incluso mala praxis hacia otras indígenas con fatales resultados lo que ha hecho que se sienta insegura al momento de asistir a centros de salud.

En Delta Amacuro, durante el año 2022, colocaron más de 2 mil 500 implantes anticonceptivos subdérmicos e intrauterinos a través del  programa Ruta Materna impulsado por el Fondo de Población para las Naciones Unidas (UNFPA). Estos datos los brinda Irene Castro, médico especialista en el área ginecológica ligada al programa en la región y agrega que en el 2023 la cifra se redujo considerablemente. Apenas alcanzaron a colocar 130 implantes. “Las indígenas llegan a la emergencia con apendicitis o alguna otra afección de salud que implique realizar una intervención quirúrgica piden que las liguen porque no quieren tener más hijos”, dice Castro. 

Añadió que hace unos 20 años, cuando comenzó a visitar los caños en operativos de atención social, las mujeres se dirigían al personal de salud a escondidas de sus parejas para pedirles “el chip” (refiriéndose a los implantes subdérmicos).  Lo hacían de esta forma por temor a ser castigadas por sus esposos o por el simple hecho de que era visto como algo malo para la salud, según las creencias y costumbres indígenas. 

Actualmente esta situación ha cambiado ya que buscan alternativas para evitar más embarazos sin tomar en cuenta la opinión de sus esposos. En torno a esta situación existe una controversia y algunas autoridades del municipio Antonio Díaz, entre ellas el alcalde Amado Heredia, han confrontado al personal médico por colocar estos implantes en jornadas de salud oficiales que han llegado hasta ese municipio a través del barco hospital. “Hay líderes ubicados en comunidades indígenas sobre todo en las que están ubicadas en plena selva que se oponen a estas jornadas donde colocan los chips a las mujeres e incluso niñas de forma indiscriminada atentando contra la supervivencia biológica de la etnia warao”, según explicó Rafael Guzmán, defensor de derechos humanos, esta información también fue confirmada por personal médico consultado para esta investigación, sin embargo pidieron protección de sus identidades y por ende se han cambiado algunos nombres.

Alexis Valenzuela resalta que “Las mujeres warao que buscan métodos para cuidar de su salud sexual y reproductiva son las que tienen acceso a la información”. Considera que son ellas las que están en los asentamientos del Caño Manamo. “Las que viven en sus comunidades alejadas no se preocupan por cuidarse, cuando deciden no parir más, al final del parto meten la placenta en una totuma y la entierran “boca abajo” y por increíble que parezca esto las vuelve estériles, forma parte de la sabiduría ancestral de los pueblos originarios”, narra Valenzuela.  

A las mujeres warao que viven en rancherías a orillas del Manamo, se les hace complicado poder optar por algún método anticonceptivo debido a que no hay disponibilidad. Las condiciones en las que viven las mujeres warao en este entorno hacen que la recuperación para una operación de ligadura de trompas sea complicada, sin embargo no hay opciones, planteamientos o soluciones de parte del Estado para brindarles apoyo.

Foto: Este es el espacio donde conviven las familias warao que llegan a Tucupita de los municipios Pedernales y Antonio Díaz 

Rosenda Coromoto Mameda, una joven mujer originaria de Winamorena, en el municipio Pedernales tiene no más de 35 años aproximadamente y vive a orillas del Caño Manamo, aparenta estar en el último trimestre de su quinto embarazo, cuenta que nunca ha ido a un control obstétrico y no considera hacerlo. Su esposo José Antonio, admite que ir al hospital es una pérdida de tiempo. “Yo no tengo real, si vamos al hospital nadie nos da comida, no tenemos como comer y nos morimos de hambre allá nadie tiene nada”, contó mientras sostenía un hacha para cortar la leña que servirá para preparar sus alimentos. El trabajo de José Antonio en Tucupita es el de ser caletero, carga grandes cantidades de harina y mercancía en panaderías y supermercados chinos y la remuneración son tres kilos de harina de trigo que representan menos de 5$.

Foto: Rosenda no sabe su edad, pues dice que su mamá murió cuando era muy pequeña y no cuenta con ningún documento que la identifique

Carmen Colina, una mujer de 22 años que vive junto a Yuleimis en condiciones de alta vulnerabilidad a orillas del Manamo tuvo a su primer bebé en el Hospital Materno Infantil Oswaldo Brito de Tucupita. “Yo tenía dos semanas con dolor y cuando por fin me atendieron me trataron mal, me decían que empujara duro y me abrían las piernas, me daba pena… todo estaba lleno de extraños y me regañaban porque no sabía cómo hacerlo ese era mi primer parto”, contó. 

Tanto Yuleimis como Carmen no desean tener más hijos ni que sus hijas pasen por los traumas que ellas han vivido, “No quiero que ellas (sus hijas) estén en la calle, hay muchos hombres malos y si paren chiquiticas van a pasar trabajo, yo quiero que estudien, que trabajen en una casa de familia…”, reflexionó Yuleimis Torres.

Las comunidades indígenas están expuestas a un sinfín de enfermedades como diarreas, desnutrición, enfermedades de transmisión sexual, debido a la falta de atención médica y gubernamental. A pesar de que el estado cuenta con un Barco Hospital que fue remodelado y acondicionado especialmente para brindar asistencia médica a las comunidades indígenas más remotas de la extensa selva deltana no cubre las emergencias que pueden presentarse diariamente debido a que no permanece durante mucho tiempo en estas zonas. Los operativos duran de tres a cinco días aproximadamente, por esta razón son muchas las personas de estas comunidades que viajan hasta Tucupita en busca de atención aunque al llegar a la ciudad no es precisamente así. 

Este trabajo investigativo representa la primera de tres entregas donde se refleja la situación de mujeres que deben dar a luz en condición de vulnerabilidad, en próximas ediciones podrán conocer cómo es dar a luz para una mujer con discapacidad y una mujer en prisión.