jueves , abril 25 2024

La fotografía es una peligrosa adicción

Por Maruja Dagnino | Periodista, escritora

El diario Las Últimas Noticias de Chile publica la historia de José Víctor Salazar, “quien saltó tristemente a la fama en 2017 luego de que 72% de su cuerpo resultara quemado en medio de una protesta en Caracas, en contra del gobierno de Nicolás Maduro”. Este perfil se publica justo el día en que en Caracas se inaugura la muestra de las 137 fotografías ganadoras de los premios World Press Photo 2018, entre las cuales es la escena trágica de Salazar prendido en llamas la imagen que obtuvo el Premio del Año, y encabeza la muestra.

Tampoco parece casual que haya sido una serie de instantáneas capturadas por el también venezolano Juan Barreto, de EFE, la que ocupa el tercer lugar en la categoría de historias de Spot News, tomadas en el mismo momento y al mismo personaje, José Salazar, cuando convertido en una bola de fuego corría en medio de una manifestación en la Plaza Altamira. Una imagen aterradora, que da cuenta de una turbulenta etapa de la historia contemporánea de Venezuela, en la que periodistas, videógrafos y fotoperiodistas se enfrentan diariamente a la muerte y la persecución.

La presidenta del jurado dijo sobre la imagen de Schemidt que “es una foto clásica, pero tiene una energía instantánea y dinámica: Los colores, el movimiento, y está muy bien compuesta, tiene fuerza”. Y reconoció que la foto le produce “una emoción instantánea”.

La mala suerte de Salazar y la buena suerte de que su fotografía haya sido premiada por el concurso más prestigioso del mundo, cumple con varios requisitos que paradójicamente hacen del documentalismo un arte: que muestra una historia de interés universal, que lo que muestra es cierto, y que además tiene un innegable valor estético. Porque lo contradictorio de la estética es que justamente la belleza es lo que hace que la imagen más terrible te haga llorar.

Relató en aquel momento Schemidt que sintió un calor, un fogonazo y volteó. “Yo no sabía qué era, sólo vi que venía una bola de fuego hacia mí. Seguí disparando mi cámara sin parar, escuché sus gritos y fue hasta ahí que me di cuenta de lo que era”, dijo a AFP en Caracas. El fotógrafo en trance sabe que está el peligro pero no se puede detener. Sabe que lo que su lente está percibiendo puede ser cruel, pero está obligado a dejar testimonio de ello. Su cuerpo reacciona en acto reflejo porque si fuese plenamente consciente tal vez quedaría petrificado. Su ojo es más veloz que su mente. La estética lo domina. Su mirada hará la diferencia y él lo sabe.

Es de justicia poética que la foto tomada en Caracas se exhibiera en Caracas, donde en 2017 tuvo lugar la protesta en la que Salazar pudo haber perdido la vida, pero fue atendido por médicos y enfermeras en la clandestinidad. El hombre de 29 años había sido acusado de terrorista por incendiar una motocicleta de la Guardia Nacional que utilizaba la fuerza contra los manifestantes. “Mi foto se transformó en símbolo de lucha en el pueblo venezolano y demuestra la represión que existe en mi país. Me tildaron de terrorista, mi cara se publicó en todos los diarios del oficialismo”.

Una vez recuperado luego de más de 40 injertos de piel decidió huir de Venezuela, pues tenía la certeza de que lo iban a apresar. Pasó la frontera con Colombia por tierra, y luego de tres meses llegó hasta Chile, donde vive en un humilde barrio, con la visa de turista vencida.

El fatal acontecimiento de Salazar que Schemidt y Barreto lograron fotografiar es la obsesiva y suicida razón para que periodistas y fotorreporteros enfrenten cada día el riesgo y la persecución. El monacal oficio del periodista no espera buen tiempo. Es una premura.

Según cifras de IPYS Venezuela, en 2019 se han registrado 93 casos de violaciones a la libertad de expresión en los primeros 50 días del año. En enero un periodista tuvo que abandonar el país como medida de protección, y se presentaron 11 casos de detenciones arbitrarias, 10 de ellas a periodistas extranjeros.

Pero cuando uno ve 137 fotografías tomadas en momentos distintos, muchas de ellas marcando límite entre la vida y la muerte, cada una mostrando una historia diferente y el mismo desamparo, nos convencemos de que ellas dicen lo que las palabras a veces no alcanzan a decir. Cada una es un disparo, para bien o para mal.

 

 

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